Luego de la derrota por goleada ante Estados Unidos en las semifinales de la Concacaf Nations League, y sobre todo, tras la decepcionante entrada que se registró en el partido por el tercer lugar ante Panamá, el comisionado presidente de la Federación Mexicana de Futbol (FMF), Juan Carlos Rodríguez Bas, tomó la decisión de cesar a Diego Cocca de su puesto como director técnico de la Selección Mexicana.
Para muchos, Cocca ni siquiera tenía que haber llegado al puesto, pero ya que estaba ahí lo mínimo indispensable que se necesitaba para ver un esbozo de lo que pretendía el argentino era tiempo, y tiempo era lo que menos tenía Diego Cocca.
Desde un principio, cuando se anunció su sorpresiva llegada —sorpresiva porque no fue un candidato firme para tomar las riendas del Tri hasta unos días antes de que se anunciara su llegada—, parecía que Cocca tenía los días contados en el banquillo mexicano y sólo una gran actuación en Nations League y en Copa Oro lo habrían podido salvar.
Pero no fue así, el ex entrenador de Tigres y de Atlas (equipo con el que fue bicampeón e la Liga MX) ni siquiera pudo llegar a la Copa Oro y fue destituido. Y aunque durante su corta gestión el equipo nacional nunca desplegó un futbol espectacular, es evidente que él no era el problema principal de esta selección.
Diego Cocca no es sino una víctima más de un sistema podrido y una lucha de poder al interior de la Selección Mexicana. El entrenador del Tri fue elegido por tipos que un mes después ya no formaban parte del organigrama, por lo que su salida estaba más que orquestada.
Ahora ya no estará Cocca. ¿A quién le echaremos la culpa cuando la Selección Mexicana vuelva a fracasar? ¿Jugadores? ¿Dueños de equipos? ¿Federativos? O tal vez, sólo tal vez se repita la misma receta y se culpe a quien quiera que ocupe la silla más caliente del futbol mexicano.
