La crisis del Club Deportivo Guadalajara agudiza y agrava cada vez más. La derrota ante Rayados de Monterey fue punta de lanza para que la directiva decidiera después de mucho tiempo por fin destituir al elemento que estaba en el cargo de entrenador por ser amigo del dueño.
La afición entró en un hartazgo deplorable, al grado de gritar con más fuerza #FueraLeaño, pero no solo eso, el grito homofóbico se hizo cada vez más presente, hasta en los saques de banda, una cosa absurda, pero entendible.
Entendible porque ya es una grosería que el aficionado haga el esfuerzo por ver a su equipo, cuando éste no le responde, no sabe lo que es portar la camiseta del Guadalajara. La afición está contenta porque ya se fue el enemigo numero uno, pero, qué hay de otros que no hacen su chamba como debe ser, que se la pasan paseando, peleando y haciendo el ridículo.
Leaño es el quinto entrenador que se va en menos de tres años, van y vienen y la situación no mejora. Es momento de ver hacia otro horizonte, de ver a la cancha, señalar a los jugadores, de ver al palco y señalar al directivo que se la pasa fallando y fallando en las decisiones, dejando entrever que él no es el que las toma.
Para el entrenador que llegue la situación será similar porque los jugadores son de medio pelo, abusan de lo que es estar en Chivas, de tener reconocimiento y ser querido, cosa que, si siguieran en Necaxa, Xolos, Pachuca y demás pasarían como incognitos en cualquier lugar que se pararan.
El enemigo público ya se fue y lo que la gente del Rebaño pide de rodillas y a gritos es que haya color en un equipo tan gris como el suelo del Estadio. Que los que se queden tengan un poco de dignidad y amor propio, ese que no se ha visto desde que están en el Guadalajara, que haya decisiones pensadas y coherentes tanto fuera como dentro de la cancha.
