El enemigo público número uno
-Columna invitada | Javier Rojas
Ese es el cargo alterno del director técnico de la Selección Nacional en México. Hoy, otra vez, es Javier Aguirre por el bajo rendimiento del Tricolor en los últimos meses. Aguirre, quien tras ganar la Nations League y la Copa Oro era vitoreado de forma unánime por resucitar al representativo nacional tras el desastre heredado de Jaime Lozano.
Este “linchamiento” seguramente no desagrada a todos dentro de la propia Federación, principalmente a los que Aguirre les ha limitado el acceso e injerencia en el vestidor, lo que manejaron a su antojo con Jaime Lozano y que tantos problemas le provocó al hoy también exentrenador del Pachuca, y quienes curiosamente tienen en común con el “Vasco” la amistad con Juan Carlos Rodríguez. En fin, esa es otra historia.

Hoy es Javier Aguirre, hace dos años Jaime Lozano y Diego Cocca. Hace cuatro, Gerardo Martino, sobre quien el propio Yon de Luisa, ex presidente de la Federación, reconoció su error por no haberlo cesado varios meses antes del Mundial de Catar, cuando “el Tata” prefería vivir en Argentina que en México y cuando decidió no convocar a Santi Giménez por hacer muchos goles para tan pocos minutos en el campo. Martino sí justificaba su despido, pese a la defensa que hasta hoy hacen sus amigos en algunos medios y que coincidentemente han tenido fricciones con Javier Aguirre.
Y antes de Martino fue Osorio. Con Miguel Herrera no hubo ese fenómeno premundialista porque no dio tiempo, porque llegó días antes del repechaje contra Nueva Zelanda y todo lo que conseguía era un bálsamo en uno de los peores ciclos mundialistas. Y hacia atrás fue lo mismo con Lavolpe y hasta con el inolvidable Manuel Lapuente en la gira previa al Mundial de Francia ’98.
Este fenómeno es algo común y quizá hasta exclusivo de nuestro futbol: el técnico nacional se convierte en el enemigo público número uno, en el escudo de jugadores y directivos, el chivo expiatorio de un ecosistema hecho para el crecimiento comercial y no para el desarrollo deportivo, que se ha encargado de restarle competitividad y exigencia a futbolistas, entrenadores y dirigentes.
MAZATLÁN ES EL EJEMPLO
De esa falta de exigencia y de seriedad por parte de los directivos. Hace cinco años se llevaron la franquicia de Morelia a Mazatlán de un manotazo, molestos por la falta de apoyo económico del gobierno de Michoacán, algo que encontraron en Sinaloa. En ese momento la liga perdió una franquicia: Monarcas era un equipo de respeto, que se metía en la liguilla, que fue campeón y que tenía una plaza complicada.
Mientras que Mazatlán sólo ha llegado a un Play-In en el Apertura 2023 y después se ha distinguido por pagar las multas por no descender en los últimos tres años, una suma de 146 millones de pesos. Hoy ha trascendido que la franquicia no ha sido vendida aún al Atlante para que los Potros vuelvan a Primera División, pero que ya hay un acuerdo entre los propietarios, con la anuencia del resto de dueños.
Ese es el futbol mexicano actual: importa el dinero, no el arraigo ni la afición. Las culpas por el bajo nivel de la Selección no deben recaer sólo en el técnico nacional; hay que repartirlas en la cancha y, sobre todo, en los escritorios.
